viernes, 17 de junio de 2011

COPIAS Y ORIGINALES


Mucho se habla de globalización, de la brecha Norte – Sur, del diferencial tecnológico que va agrandándose al mismo tiempo que la renta per cápita pero no se comenta nada del invento del promedio en la sociedad no igualitaria. Está en nuestras manos, en la de cada uno de nosotros, cambiar el rumbo, si realmente es lo que deseamos, pero el egoísmo generado por la propia experiencia hace que ese mecanismo evidente para todos no esté muy claro.
Propongo hacer un ejercicio mental:

La tecnología actual es fantástica, sólo que tiene el grave inconveniente de requerir grandes sumas, grandes cantidades de dinero que permiten la investigación de nuevos métodos, nuevos materiales, nuevos sistemas que una vez descubiertos y debidamente comercializados deben permitir amortizar las grandes fortunas invertidas en I+D, pera ello cuentan con la fabricación a escala planetaria de simples copias, en el fondo son sólo eso, copias, facsímiles, remedos del gran valor original que es el prototipo y como tales se incluyen el necesario motor, el humilde amortiguador o el útil ordenador. La comercialización a gran escala requiere que el destinatario final, el comprador sea una individualidad dentro de una masa homogénea en sus deseos y que estos sean modelables al compás de lo que requiere el estado de la técnica, un tipo de individuo que no se replantee la nueva adquisición como una necesidad perentoria o prescindible. El comercio a gran escala debe estar dentro de un clima social que no acepte cuestionarse la necesidad de ese movimiento acelerado que es el avance técnico. Una de las pocas frases inteligentes escuchadas en una serie televisiva podría ilustrarnos: decía uno de los protagonistas, con toda razón, que si no existiera el sexo en Internet, no existiría Internet. Dábale el sentido que tiene: si no se gastara la masa el dinero necesario para mantener el sistema, no sería económicamente útil su mantenimiento para la gente que lo necesita. Esta es la clave de todo el progreso occidental.
Frente a esta voluminosísima emisión de copias y su constante renovación “necesaria”, deberíamos preguntarnos si no ha llegado el momento de plantearnos si resulta ser tan necesaria que consuma todos los recursos económicos humanos o bien a largo plazo no sería más rentable en todos los aspectos, incluido el económico, diversificar los riesgos. Empleo estos términos para no llevarnos a engaño. Nadie, mejor dicho pocos de nosotros somos tan altruistas, tan generosos, tan desprendidos que no contemos aunque sea para nuestros adentros, cuanto nos va a costar en términos económicos, una decisión de cualquier índole. No somos hermanitas de la Caridad, en mi pueblo que es muy sabio dicen que no hay ningún loco que se dé mazazos en la cabeza. Otra cosa es que esté socialmente mal visto que valoremos en términos monetarios cualquier actividad humana y que en voz alta se reconozca que no se quiere o no se puede efectuar un determinado gasto. Hemos de asumir que la economía rige nuestra vida: si una persona no come lo suficiente se muere y si come demasiado revienta. Por eso hemos de dar salida honrosa a otras fuentes de ingresos al capital, derivando parte de él hacia la creación de infraestructuras donde no las hay. Las infraestructuras, a diferencia de lo que antes hemos dicho respecto a las “copias”, son originales, modelos únicos que requieren más conocimiento humano o mejor dicho un tipo de conocimiento más diversificado, más genérico y que al contrario que el sistema de tecnología punta no va a generar nuevas inversiones para mantener perfectamente pulida la perforadora del conocimiento frente a lo desconocido y sobre todo va a permitir que muchas personas, ajenas a conocimientos especializados, puedan ofrecer sus capacidades a otros. Piensen en una carretera, permite que se desplacen personas para ofrecer sus servicios, que se trasladen a través de ellas productos que de otra forma al ser excedentarias se pudrirían en su aislamiento. Pensemos en nuestra medicina tan avanzada cuya base es simplemente una alimentación suficiente y en el urbanismo, las cloacas al fin.
Como invertir esos flujos de capital es relativamente fácil, teóricamente por supuesto. El mercado es un mecanismo de integración social muy simple, en él estamos todos incluidos. Se mueve por dos polos, la seguridad de recuperar la inversión  y la rentabilidad de la misma. Generalmente y salvo error de apreciación, hay entre ellos una relación inversa, de tal forma que cuanto más segura menor es el interés previsible y viceversa, este es el fundamento moral de un capitalismo. Es un hecho incuestionable por mucho que se hayan empeñado las religiones que si no hubiera interés tendríamos los ahorros en el colchón o bajo la loseta como en los tiempos precapitalistas. También es un hecho incuestionable que los primeros países que se dieron cuenta de este simple hecho siguen siendo los primeros y los que siguen sin admitirlo abiertamente, en privado todos los admiten, están a la cola. Incluso se puede afirmar que es una de las causas del éxito del cisma protestante.
Cada uno de nosotros tenemos, dentro de nuestras posibilidades, la capacidad para frenar un crecimiento desbocado monodireccional porque el capital es ciego, absolutamente ciego, a ello se refería Marx cuando creía consustancial con el capitalismo las crisis periódicas. El capital  se dirige hacia donde le es más favorable, hasta que se satura el mercado y se hunde, el símil es parecido a las estampidas de los bisontes que corren alocados en una dirección y caen en barrancos hasta que queda lleno de cadáveres por los que pueden atravesar los sobrevivientes de la manada.
Como decíamos, ese capital, mientras la tecnología y sobre todo la mercadotecnia, sea capaz de hacernos creer que es imprescindible adquirir el último CD del último cantante de moda de los últimos quince días, que es básico para ser alguien tener un buga con un loro de 500 vatios de potencia, al cual hay que cambiar de inmediato para no perder comba, cuando sale el de 505 vatios, no hay solución, seguiremos tal cual aunque sea la fortuna de los otorrinolaringólogos y de los fabricante de prótesis auditivas. Si por el contrario simplemente nos planteamos nuestras nuevas adquisiciones, automáticamente este capital advertirá el movimiento y se dirigirá hacia nuevas inversiones más rentables.
Nuestros políticos llevan tiempo apostando por este vía de inversiones, creen con ello que es suficiente que el dinero circule para mantener el status quo. Hacen un razonamiento simple, cuando el dinero circula fluye por tuberías agujereadas, cuanto más fluye más se reparte. Ya nos es evidente que si es cierto que circula por este tipo de tuberías, los que están alineados a lo largo de su tendido son siempre los mismos y por tanto el reparto no es nunca el ideal. Generar copias que absorbe sin medida una población entregada “porque yo lo valgo”  permite avanzar a la sociedad. No cabe duda que el móvil es un gran invento para algunos profesionales pero si no fuera porque la juventud se ha volcado, o la han volcado, en su consumo desmedido tales profesionales deberían afrontar unos gastos increíbles para mantener la infraestructura de repetidores. Tal forma de pensar tiene grandes peligros, dejando aparte otros componentes tanto o más importantes como los éticos, se crea una sociedad con unas necesidades ficticias probablemente incapaz de afrontar los peligros de la vida. Se ve con toda naturalidad que los animales criados en cautividad sean incapaces de enfrentarse a una vida salvaje pero ya no se entiende que una persona deba prever la cita de mañana sin necesidad de volver a conectar telefónicamente  con el citado, se ha perdido la capacidad de previsión, la capacidad de programar un futuro cercano. Se dice que estamos en una sociedad tolerante y es cierto en algunos aspectos, en otros, como en todos los tiempos habidos, hay una intolerancia absolutamente fundamentalista, irracional, lo único que ha cambiado es que en otros tiempos la intolerancia era más ideológica, menos palpable yo diría que más humana en el sentido racional y ético de la palabra. Hoy la intolerancia es más material, si un mal educado, sacrílego, asocial y grosero conduce un buen coche se le tacha como mucho de original, irreverente, con pocas concesiones a los convencionalismos sociales. Si sus mismos actos los vemos en un usuario de transporte público no lo linchamos porque nadie se atreve a lanzar la primera piedra pero para todos es evidente que individuos así no son convenientes a la sociedad.
Estoy con Ortega y Gasset cuando afirma que el hombre masa no reconoce superior alguno, cree que sólo unos conocimientos generales le hacen merecedor de estar en la cúspide de la pirámide social. Los políticos le hacen creer tal fantasía sin que perciban que si sólo hay una pirámide en la cúspide sólo cabe uno. También los medios de comunicación de masas son proclives a tal reconocimiento. Ambos grupos tienen mucho en común en lo que afecta a dirigir esta masa teóricamente indomable y convertirla en un apacible rebaño devolviendo la fantasía a la realidad de siempre pero sin que el teórico autócrata sea consciente de que está más dirigido que nunca. Probablemente quizá sea mejor así, la acracia absoluta es incompatible con una sociedad vertebrada que se precie de serlo. Por mi parte creo que deberían procurar formar una humanidad consciente de sus actos y de las repercusiones de los mismos máxime cuando estamos en una aldea global y la suma de pequeñas acciones repercuten de modo notable en otras zonas del planeta.
Veamos alguna de las características que definen la sociedad occidental:
Credulidad: quizá derivada de la falta de reflexión y autocrítica. Cualquier medio puede hacer afirmaciones que de inmediato se dan por ciertas y se habla de ello como antes se hacía con dogmas de fe cuando sólo rascar un poco se evidencia que es una pompa de jabón. ¡Cuantas cifras se dan sin que nos preguntemos de dónde salen! A poco que reflexionemos aún a pesar de carecer en absoluto de datos, podríamos deducir que de ser cierto todos seríamos diabéticos, que en otros lugares amarran los burros con longanizas o que el más tonto hace relojes. Si antes no se cuestionaba la existencia de Dios hoy es mirado compresivamente quien se atreve, que no son todos, a afirmarla pero no se cuestiona la existencia de dioses, el club de fútbol, la nación (curioso, cuando alguien afirma que debe defenderse por todos los medios se le tacha despectivamente de patriotero), la innegable necesidad de perfumes o la adoración de lo antiguo sin caer en la cuenta de que antes que lo antiguo debe pasar necesariamente por ser viejo, palabra despreciable hoy. Cuentan que en un nebuloso pasado un sastre dijo que los trajes que él hacía solo eran vistos por las personas inteligentes, resultado: todo el mundo iba desnudo pero nadie se atrevía a decirlo. Normalmente estas moralejas se basan en la psicología elemental intuida ya por nuestros antepasados aunque no sabían ponerles una denominación rimbombante, nuestro particular ego tiene temor a ser tildado de asocial y evita pronunciarse si no está seguro de que los oyentes van a aprobar sus asertos. Queda aún en nosotros este poso de cuando lo peor que le podía pasar a un humano era quedarse sin la protección del grupo, sin la cual sabía que significaba la muerte cierta. Hoy quedan aún estos prejuicios pero nuestra mayor cultura nos impide que seamos conscientes de la existencia de estos remanentes ancestrales y entran en juego otros mecanismos psicológicos como el de defensa, llegamos a creer firmemente quizá con mayor veracidad que nuestros padres que realmente vamos bien vestidos cuando la realidad no es tal. Estos complejos mecanismos psicológicos, dejando aparte otros aspectos de igual peso como nuestros propios intereses, hacen que sigamos viviendo en la ficción de que lo que imponen los medios de comunicación de masas (el anuncio de que el sastre hace sólo trajes para inteligentes) es precisamente nuestro gusto particular. Tenemos así modelada una sociedad homogénea, dócil, llevadera. Si profundizamos veremos la necesidad de que así debe ser, no puede concebirse una sociedad sin que se respeten unas normas que marquen los límites de los derechos de cada uno para que podamos vivir en paz pero ¿no sería mejor que se hiciera sobre la base de formar personas capaces de razonar y de admitir que el contrario puede estar en lo cierto?. Supongo que la respuesta cándida, y admito que utópica, es afirmativa. La historia nos demuestra muchas cosas: al final del siglo de las luces, del siglo de la Ilustración, cuando se desvanecían día a día los dogmas de la fe y de lo otro, se llegó a plasmar en documentos históricos frases que ahora nos suenan pueriles como “el derecho a la búsqueda de la felicidad “de la Constitución Americana o en nuestra “Pepa”, la Constitución de 1812 la afirmación “los españoles debemos ser justos y benéficos”. Frases tan ingenuas sólo se conciben tras el éxito de Rousseau con su teoría del buen salvaje en aquellas controversias sobre la naturaleza del ser humano en el que Locke defendía lo contrario, es la sociedad la que hace que el hombre se modere en sus apetitos. Recordemos que algo tan deseable, que la naturaleza haya creado al ser humano bueno, generoso, respetuoso con los semejantes, fue la chispa que desató uno de los periodos históricos más trágicos, los jacobinos de Robespierre y el Terror . El jacobinismo propició la pena de muerte de todas aquellas personas sospechosas de no ser “buenos salvajes”. Fue la limpieza “étnica” de los que no mostraban unos sentimientos sociales puros, hoy diríamos de aquellos que genéticamente tenían un defecto de comportamiento. La experiencia diaria nos demuestra precisamente que existen individuos asociales, capaces de todo para llevar a cabo su propósito de vivir de la sociedad a modo de parásitos pero aparte de condicionantes éticos esa misma experiencia nos dice que su eliminación física no resolvería el problema. La política de la sociedad occidental ha encontrado en las teorías de Locke un fundamento para su orientación, ha resuelto un camino “intermedio” de forma tal que no ha renegado claramente de Rousseau ( es la teoría bonita, popular, políticamente correcta) pero cínicamente aplica lo que dijo Locke ayudado por los medios de comunicación que por otra parte externamente son los defensores a ultranza de lo más peregrinamente ingenuo pero intentemos ver el comportamiento propio de estos medios, no pueden disimular su sumisión al poderoso (poner una vela al santo y otra al demonio ha sido un comportamiento muy “humano”). El resultado pues es el de las dos caras de Jano, sigue la hipocresía que sólo se desvela cuando el problema a resolver no permite otra salida que el desenmascaramiento momentáneo. Puede que sea la única forma ya que los regímenes que han intentado aplicar las teorías de Locke sin ambages, los socialistas reales, han fracasado o los han hecho fracasar o han debido moderarse y hacer concesiones a la política occidental. ¿Queda pues sólo esta vía? ¿Qué otras soluciones son aplicables? Quizá sólo la sinceridad, afirmar públicamente que para que la sociedad siga existiendo no hay más remedio que modular mediante leyes el comportamiento humano teniendo siempre en cuenta que nunca llueve a gusto de todos y que alguien sale perdiendo para que la sociedad en su conjunto avance. Siempre ha sido así, unos grupos perdieron hegemonía en favor de otros, los sacerdotes, la aristocracia, los militares, los técnicos por este orden han ido perdiendo poder a lo largo de los siglos aunque más acentuadamente en el siglo XX. Pero así como antes era público quién detentaba el poder, hoy sólo es intuido que existe, sólo se evidencia cuando alguien osa enfrentársele o el poder lo cree una amenaza real, no hay actos gratuitos de manifestación de ese poder como en tiempos pasados en que periódicamente debía surgir el dragón para manifestar su presencia. Hoy el poder es sutil, inteligente, conoce y tiene catalogados a sus posibles enemigos por lo tanto no son amenazas reales. Nos da los iconos que popularmente personalizan ese poder pero no se muestran jamás. Esos iconos representan exterior y lo que es la clave del sistema, temporalmente a ese poder pero son los más esclavos del mismo, son los nuevos esbirros que son conscientes de su enorme debilidad al mismo tiempo que como buenos actores representen la independencia y sobre todo la autoría de sus manifestaciones. Es clave del sistema la temporalidad del cargo, se nos vende que el poder corrompe, es cierto y lo asumimos como dogma a pesar de nuestra experiencia que nos dice dos cosas: no a todos, máxime cuando hay que revalidar  periódicamente su ejercicio por las urnas; el ejercicio de una profesión requiere de la experiencia necesaria, cualquiera de nosotros internamente sabemos de los errores cometidos al iniciar la nuestra pero no nos lo planteamos al tiempo de votar. ¿Por qué? Porque hemos internalizado las directrices del sistema y sabemos de la existencia de la ficción aunque sea freudianamente inconsciente, al que votamos probablemente no lo consideramos más que el representante del poder más poderoso, el icono que nos parece idóneo o el menos malo, otros no votan porque también saben que existe esa sombra que dirige realmente y otros votan porque ya están entregados al sistema aunque no quieran reconocerlo públicamente.
Abundando en la cuestión  permítanme hacer otro inciso: es de gran actualidad el problema del reciclaje, de forma que hemos de tener cuidado para que la materia prima que genera el producto tecnológico sea recuperable y así no se agote la materia prima finita de este planeta azul. Perfecto, nada hay que objetar pero humildemente me pregunto si no es más razonable consumir ese producto tecnológico hasta agotar su uso previsible en el momento en que salió de la cadena de producción. El gasto energético sólo para reconvertir aquella materia en nuevamente reutilizable es también parte de esa materia finita terrestre.

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