lunes, 20 de junio de 2011

Egipto y Valencia, dos modelos económicos.

El contraste entre ambos modelos, por si no se lo había planteado antes, los convierte en paradigma de dos tipos de economía, uno pensado para el futuro y otro dirigido al más estricto presente.
En Egipto, los faraones y la clase privilegiada detraían del salario generado por los trabajadores, una cantidad que era automáticamente convertido en piedra. Es emocionante ver hoy las maravillas egipcias de tres cuatro o cinco mil años aún en pie y maravilla más si cabe que con la tecnología elemental de la que disponían alcanzaran tal grado de perfección.
Como poco nos tenemos que plantear que aquella sociedad disponía de excedentes para la formación de técnicos, quizá con una intensidad que querríamos ver hoy en nuestras universidades puesto que tal grado de perfección no se logran en unas horas de lecciones magistrales. También debemos plantearnos qué logística lograron para que las obras llegaran a buen término ya que económicamente debemos reconocer que estaba equilibrado ya que miles de hombres deberían ser alimentados de forma suficiente para su supervivencia y de acuerdo con el esfuerzo exigido, de otra manera irremisiblemente hubieran muerto y hoy tendríamos pirámides truncadas.
Posiblemente las ruinas turcas del Monte Nemrut se deberían a un mal planteamiento económico. El esfuerzo exigido fue superior a la capacidad de la sociedad que la inspiró. Así pues, los faraones extrajeron de sus súbditos parte del salario para que con este excedente se pudiera sufragar al menos la alimentación de trabajadores y la formación técnica necesaria y a todas luces suficiente para las obras que aún hoy contemplamos. Miles de años después ¿Cuántas personas viven de los réditos de aquella magna inversión? ¿Cuánto capital y puestos de trabajo genera no sólo en Egipto sino en nuestro propio mundo occidental?. Esta es la cara de la moneda. Pero todas la monedas tienen cruz, ¿Nos planteamos cuando vemos tales maravillas y en tanta abundancia, lo que debieron sufrir no sólo los que las hicieron sino los que les alimentaban?
En Valencia son más prosaicos, trabajan todo un año y el destino de ese trabajo es la hoguera. Cuesta de entender a aquellos que no tenemos el sentimiento de los del terruño, que se trabaje para quemarlo, así, a sabiendas. También aquí hay aportaciones, voluntarias en este caso, excepto el pequeño porcentaje relativo invertido por las instituciones, es decir por todos los contribuyentes. No hay duda alguna de que los artistas falleros tienen ingresos suficientes que les permite año tras año subvenir a sus necesidades tras un periodo de formación suficiente para lograr con éxito su cometido. A diferencia del caso de Egipto, los que hacen aportaciones para que su falla sea una de las mejores, convierten dinero en emoción y humanamente visto es lo ideal: por fin hemos logrado que el vil metal sirva para fomentar sensaciones que es lo mismo que decir vivir bien, de forma equilibrada porque “No sólo de pan vive el hombre”. Necesitamos esas emociones que engrandecen nuestra vertiente espiritual. Se me dirá que actualmente las Fallas son un negocio, es decir una inversión que recupera lo invertido y genera beneficio. Posiblemente, pero se han hecho durante años sólo para los valencianos o sea que la causa de tales fiestas no es el negocio sino el sentimiento tan arraigado en esta tierra. El veinte de Marzo todo el trabajo de un año de cientos, sino miles de personas se ha convertido en CO2, agua y… a volver a empezar como tejido de Penélope.
Bien, hecha esta presentación se pueden plantear varias cuestiones:
            Si todas la sociedades hubieran sido como las egipcias ¿Qué hubiera pasado?. Por el tiempo transcurrido podemos asegurar que no habría bosques o vida salvaje porque todo serían monumentos y probablemente no habría espacio en superficie para la vida humana.
            Si por el contrario todos no comportáramos como Valencia por las Fallas, no tendríamos la catedral de León ni la Sainte Chapelle ni El Escorial ni el Taj Mahal. Eso sí, una vez al año tendríamos un colocón emocional para recordar durante el resto del año.
Es función de los poderes públicos sopesar estos dos puntos de vista económicos, ambos  equilibrados y reproducibles. De tal forma que sean compatibles la satisfacción de las emociones y la inversión en futuro.
Satisfacer las emociones significa que se debe disponer por parte del ciudadano de pecunio suficiente para ello y como que aquello que nos produce satisfacción es  personal e intransferible, los poderes públicos no deberían interferir en esta parte del salario y obligar al contribuyente a sufragar unos gastos en nombre de la diversión general. La cuantía es otro aspecto interesante ya que como que es personal, hay individuos con gran capacidad para emocionarse, a veces en detrimento de sus responsabilidades sociales. Debe estar en relación con el nivel cultural adquirido, sin menoscabo de las citadas responsabilidades sociales. En tiempos de la URSS, la cultura estaba muy protegida pero era impuesta a todos por igual. Actualmente en Europa se implanta un sistema muy similar con las subvenciones “culturales”. Lo que debe subvencionarse es la formación de la parte no material de la persona, no los productos ya que sino se favorece el pesebrismo y con él el fomento de la mediocridad.
Pero también deben tener en cuenta el mantenimiento de las inversiones ya efectuadas y crear nuevas inversiones para que la sociedad no se hunda y progrese. Ello debe hacerse con un norte clarísimo, el interés general y todo lo que no sea absolutamente de interés general no debería cargarse a la cuenta de todos.


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