miércoles, 15 de junio de 2011

De la condición humana

Desde que el hombre se preocupó por su origen, destino, naturaleza y tantas otras incógnitas, por supuesto sin respuesta unívoca, han pasado muchos siglos, grandes pensadores y muchísimos más charlatanes de feria han dado sesudas interpretaciones sobre la condición humana, casi siempre sin contacto con la realidad cotidiana.
Se habla de política como de una filosofía aplicada, el resultado es siempre la incoherencia entre la poética de las palabras y la realidad de los hechos porque una cosa es el deber ser y la otra la realidad. Lo experimentamos en nosotros mismos en nuestra vida diaria. ¡Qué grande es el amor!, la experiencia nos dice que se convierte en un choque de egoísmos, que si uno y uno no suman más de dos, la cosa termina mal. ¡Solidaridad!, bella palabra, ¡vive Dios!: realidad, aparecen sentimientos nobles de pueblos idílicos que marchan entonando el himno representativo de la comunidad entera como si de una sola persona se tratase pero ese sentimiento tan profundamente sentido, tan cacareadamente homogéneo se desvanece en la relación diaria con esos hermanos de sangre, convirtiéndose en un trato de zoco árabe buscando el mayor beneficio posible a costa del poetizado hermano. Ejemplo: el precio de un producto es el resultado de la suma de costes de producción y comercialización más el beneficio, correcto, pero ese beneficio, no es ni mucho menos fijo, no es sólo lo necesario para su reproducción, sino que precisamente es la necesidad de ese hermano de sangre lo que lo encarece. Puede que ese sentimiento de unidad de un pueblo sea una característica genética, instintiva, incrustada en nuestro ser por una naturaleza que se encarga de grabar en una memoria indeleble la necesidad del humano en formar parte de un grupo. Quizá de no existir la especie humana hubiera desparecido. Hoy por hoy es también necesaria pero en un círculo mucho menor que la nación. Los políticos se encargan de moderar ese sentimiento según necesidades y es de cajón que crear una amenaza externa es la forma más común de estimular el sentimiento de un solo pueblo frente al mundo. No es necesario dar ejemplos, llevamos cinco mil años de Historia de la humanidad y son demasiado evidentes. Las diferencias de cómo se crean esas amenazas externas sí que varían con el tiempo, en sociedades menos desarrolladas suelen ser más espiritualizadas. La religión ha sido el primer motivo que se ha enarbolado pero recordemos que las guerras de religión europeas entre protestantes y católicos terminó cuando se llegó al consenso de que el príncipe fuera el que elegía la religión que debían profesar sus vasallos. No puede haber mayor contradicción entre libertad religiosa y esa decisión. Analicemos la cuestión: los vasallos luchan y mueren, los que detentan el poder eligen la religión que deben seguir. ¿Eso es una comunión, una unión de destino? Conocido es el hecho de que la reforma protestante triunfó, no porque fuera necesario reconducir la podredumbre de la iglesia católica, sino porque permitía al poder apropiarse de los bienes que ésta había acumulado pero no a la manera de Robin Hood. El que luchó en las guerras y sobrevivió se encontró que debía profesar la religión que decidiera el poderoso pero de los bienes fuera el bando que fuese, no le tocó absolutamente nada, le quedaba solo la esperanza de la otra vida con la duda de que la elección del príncipe fuera la correcta. Más de lo mismo.
Actualmente en el mundo occidental, rico y próspero este tipo de estímulos han pasado ya. No es políticamente correcto el grito carlista de “Por Dios por la Patria y el Rey”. Si alguien lanzara un grito semejante la carcajada directa, la estupefacción o el desconcierto se repartirían por igual en el auditorio. A una sociedad materializada, hay que tratarla de otra forma y la imperante es el bolsillo, no la de la sociedad en su conjunto, sino el de cada uno de los hipotéticos hijos patrios. Jamás se reconocerá públicamente que los que atiendan este nuevo grito de Dolores, no van a ver sus cuentas acrecentadas como no lo vieron los que lucharon

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